Society

La cultura de la violación: Reflexiones y conversaciones sobre un problema social

Hay quien puede decir que la respuesta en España ante el coronavirus, en un principio, fue tardía — e incluso titubeante — por el fuerte interés del gobierno por apoyar las marchas del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. A pesar de las opiniones a favor y en contra que suscitaron dicha convocatoria en los días siguientes, la cuestión no era baladí: la ocasión, coincidía, en tiempo y forma, con la consideración social de que no se ha valorado el papel de la mujer en la sociedad y de que se le ha negado, aparte de derechos laborales indiscutibles, una voz para denunciar, para autoafirmarse, para pronunciarse. Sólo así se entiende la explosión de cambio que ha vivido la sociedad española (por otro lado, apuntalada por cambios sociales en EE.UU. — movimiento MeToo — e importados aquí). Todo cambio, sin embargo, viene inevitablemente acompañado de una resistencia.

Para bien o para mal, vivimos en una cultura global en que, incluso ante situaciones que ponen a prueba la calidad humana de la sociedad, buscamos una forma de intelectualizar; incluso de anestesiar el dolor detrás de un suceso traumático para llegar a la raiz del hecho que ha acontecido. Esto podría ser considerado, en estándares culturales actuales, como un síntoma de progreso, pero también podría considerarse como una muestra de desnaturalización en su marco más dramático. Dicho esto, es igualmente comprensible que indigne una postura fría o pragmática ante el sufrimiento ajeno, como también llama la atención que se condene un intento por racionalizar el dolor del otro si se hace en el ámbito legal. No se trata, pues, de cuestionar el dolor, sino de no monopolizar nuestra atención en aquello que, desde un punto de vista humano, nos pueda suponer un mayor motivo para empatizar.

La calidad de una sociedad no sólo se mide en base al buen funcionamiento de sus instituciones, sino también en base a la capacidad que tienen sus ciudadanos de asimilar la calificación penal y las decisiones de los jueces.

Una sociedad sana; avanzada intelectual y moralmente, debe sentar unos criterios de imparcialidad; que anteponga la razón a la pasión, la reflexión a la impulsividad. Esto se espera de la justicia, pero también se espera que la sociedad, en su conjunto, se empape de esa actitud. En una sociedad globalizada gana cada vez más fuerza el poder de la masa; el pulso del grupo frente a la del individuo. No sólo para indignarse sino también para formar parte de actitudes reprobables desde todo punto de vista.

Esta reflexión es pertinente con motivo de los múltiples casos de violación en grupo que han ocurrido en España; y, muy especialmente, la polémica que ha levantado la sentencia del caso de La Manada y de los jugadores de la Arandina. La sentencia final de La Manada fue precedida por la dictada por la Audiencia Provincial y el Tribunal Superior de Navarra, que calificó el delito de abuso sexual, obteniendo, por respuesta, una oleada de manifestaciones de rechazo sin precedentes.

Más allá de lo que ocurrió en ambos casos (las autoridades judiciales se han encargado de dirimir responsabilidades) conviene constatar un hecho irrefutable, y es que algo grave pasa en una sociedad cuando ocho chicos (juntando los dos casos) de edades comprendidas entre los 22 y los 31 años (dos de ellos funcionarios del Estado), con futuros presumiblemente prósperos (laboralmente hablando, al menos), hicieran una cosa así.

Hay, sin duda, un componente social. Según la exfiscal general del Estado, María José Segarra, del 2017 al 2018, se incrementó en un 43% este tipo de asaltos. Este tipo de agresiones se han multiplicado por cuatro entre 2016 y 2019, según Público. Sin duda, es un problema social que puede tener sus raíces en la forma en que las nuevas tecnologías y la cultura de la globalización potencia las bondades de una mentalidad más abierta y — lo que es más importante — de una actitud ante el sexo más inspirada quizá en la pornografía que en la sexualidad per se (no voy a entrar en el concepto de sexualidad con amor, ya que pertenece a otro debate).

También en donde la edad ya es un dato muy relativo: quizá porque con la globalización y la homogeneización de contenidos y tendencias disponibles, se está acelerando el acceso a información en la infancia y en la adolescencia en determinadas materias . Hoy en día, los chicos y las chicas se hacen tatuajes a edades cada vez más tempranas (quizá identificando la madurez con la rebeldía). Además, están expuestos a géneros musicales como el reggaeton o el rap en donde, sobre todo en el primero, predominantemente se abordan temas adultos como el desengaño amoroso, la infidelidad, la ruptura sentimental, y a veces, incluso, la posesividad; muchas veces con una tendencia generalizada a cosificar a la mujer. Los dibujos animados ya no van dirigidos sólo a niños, sino a adultos también; y en donde, con frecuencia, se hacen guiños a la sexualidad de manera más o menos implícita. Todos estos son, sin duda, ejemplos que apuntan a un cambio de actitud con respecto a la infancia y a la adolescencia que encuentra su manifestación más clara en el acceso a la tecnología y a la información. El hecho de que el internet sea una fuente inabarcable de conocimiento sobre diferentes temas es, sin duda, una espada de doble filo: hace que el individuo tenga acceso a temas — a todo tipo de temas y páginas — muy rápido, pero también mucho antes, y de forma ilimitada.

Preguntas que conviene plantearse

Estas cuestiones quizá deberían llevarnos a determinadas preguntas como: ¿cuál es la definición de civilización? O mejor dicho, ¿qué es lo que hace que seamos una civilización avanzada?

Posiblemente no sea nuestra capacidad de no errar (ya que errar es inherente en el ser humano) sino nuestra capacidad de dar un paso atrás a tiempo y (de no haberlo dado a tiempo), de tener una inclinación natural por reflexionar y reconocer el error o el perjuicio/daño cometido. También quizá radique en la capacidad del colectivo de hacer uso de las herramientas que le ha puesto a su disposición la esencia de una civilización avanzada — derecho, lógica, filosofía, ética, religión, etc. — para hacer frente a las debilidades y limitaciones del ser humano.

Spengler, autor de La decadencia de Occidente, distingue la cultura como »reino de lo orgánicamente vital y a la civilización como conjunto de elementos técnico – mecánicos». Sólo a través de la cultura, se puede variar el sentido de esa estructura mecanizada y de su tendencia lineal, estática, que parece ser la civilización. La cultura lo cambia y lo dinamiza todo.

La función de la cultura — teniendo en cuenta una definición más moderna de la mano de Andrea Imaginario, especialista en Arte, Literatura e Historia — »es garantizar la supervivencia y facilitar la adaptación de los sujetos en el entorno». Cabría pensar, con lo que nos ocupa, si esta definición abarcaría no solamente a la capacidad del hombre de incorporar conocimientos para, así, hacerle una persona más consciente y formada sobre el mundo que le rodea; sino también si apela a su esperada inclinación — apuntalada por ese concepto de civilización — por mantener una relación de respeto y una actitud de humanidad con lo que le rodea. »Humanidad», tal y como la entiende la RAE, como »la fragilidad o flaqueza del ser humano». Una flaqueza que se antepone a los instintos más primitivos que surgen con los comportamientos de dominio sobre la mujer.

La cultura es configurada por un »conjunto de formas» en procesos de construcción, destrucción y reconstrucción, los cuales constituyen la principal dimensión de la existencia de cualquier sociedad o sujeto social»

Jean Paul Sartre, filósofo existencialista

Según Amaya Nagore Casas, psicóloga forense y neuropsicóloga, »las medidas de solución que podrían tener mayor impacto (para evitar casos de violencia sexual) serían aquellas relacionadas con la prevención primaria; es decir, la educación desde la temprana infancia en las relaciones igualitarias, en una educación sexual segura y respetuosa, en la empatía dentro de las relaciones interpersonales». Así, los motivos por los que un hombre (o varios) agrede(n) sexualmente a una mujer aún son objeto de »extenso debate», pero lo que está claro es que la violencia sexual »no es exclusiva de un grupo minoritario de agresores» y »es probable», nos cuenta, que tampoco tenga unas raíces tan diferentes del resto de comportamientos delictivos. Según dice Amaya, se han identificado algunos »factores de riesgo asociados a la conducta de los agresores sexuales (violadores), como las relaciones familiares que pueden ser disfuncionales desde la etapa infantil, determinados tipos de relaciones con los iguales, así como también las dinámicas de control, aislamiento y violencia dentro de la pareja».

Los casos de las violaciones en grupo quizá sean el ejemplo más perturbador de una sintomatología que ha ido tomando forma a raíz de una deficiente educación sexual, y del hecho de que el individuo tiene que hacer frente a las diferentes etapas de su vida sin realmente tener conciencia sobre cómo lo que hace condiciona y afecta a su entorno. En esto, Erich Fromm ya situaba a Marx, a través de su obra, Karl Marx y su concepto del hombre en un terreno existencialista- espiritual, destacando la enajenación del hombre en la sociedad industrial, mostrándole como un sujeto aislado; si bien en este caso, cabría ahondar en su papel en la sociedad líquida o digital, en donde se encuentra sexo virtual con (casi) la misma facilidad que se puede »agregar» a un amigo en una red social. Ahí, el individuo, dentro de su condición de sujeto integrante en una sociedad interconectada digitalmente pero superada por los espejos sociales, va encontrando una nueva forma de relacionarse con el mundo que le rodea y de, poco a poco, ir normalizando el papel asignado del sexo y las redes sociales como espectáculo y comunidad, respectivamente; y el suyo como espectador, sumiéndole, tal vez, en una soledad mayor, de desconexión con el mundo real y las reglas sociales. La pornografía en internet — con los casos de La Manada y la Arandina como antecedentes — y como veremos más adelante- es quizá una de las muestras más claras de cómo el ser testigo de determinados comportamientos, acaba transformando el sexo en una oportunidad u oportunidad de dominio sobre su entorno y de cosificación (cuando no de humillación) de la mujer, en un contexto en el que la persona necesita medir sus capacidades con respecto a sus semejantes (miembros de un grupo o de una comunidad).

Resulta interesante, visto con ojos de hoy, leer lo que decía Jean de La Bruyère — el hombre es ermitaño por naturaleza y que »lo social y gregario aparecen como creaciones humanas, producto de su evolución». E inquietante es saber que Maquiavelo, ya en el Renacimiento — con todo su esplendor cultural — consideraba que »había que combatir la naturaleza solitaria y bárbara del hombre». El hombre nace solo (aunque ayudado/impulsado por otros) y muere solo, y quizá sea verdad que todo lo que la ciencia y la cultura ha puesto a su disposición, sea para hacerle un ser más social y más orientado a compartir y a empatizar con sus semejantes. Es un cruce perturbador el que se produce, entre la figura solitaria del espectador de pornografía y el carácter exhibicionista, casi socializante y de comunidad, de todo lo que mueve ese tipo de contenidos sexuales. Aquí, lo solitario y lo bárbaro, auspiciado por lo global y lo público, forma una inquietante simbiosis.

Volviendo al fenómeno de las violaciones en grupo, el psicólogo Gustave Le Bon, en su estudio sobre el efecto de la masa en el individuo, entre otras cuestiones, apunta que »la fisiología descubrió que el hombre puede ser hipnotizado y en este estado empujarlo a cometer actos contrarios a él». Este fenómeno, dice, se compara con lo que le sucede al hombre en la masa — »se pierde la conciencia, desaparecen la voluntad y el discernimiento, el sujeto queda en mano del hipnotizador».

La masa es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado.»

Gustave Le Bon

La masa, dice Le Bon, es siempre »intelectualmente inferior al hombre aislado». Sin embargo, »desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que los sentimientos provocan, puede, según las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende del modo en que (la masa) sea sugestionada». La palabra clave aquí es »sugestionada» — el poder de sugestión y la necesidad de sentirse motivado para emprender una dirección — en un sentido o en otro ante una situación que consideramos que nos supera.

Pero, ¿hasta qué punto la voluntad del individuo se diluye cuando comete actos criminales con otros, y qué es lo que conduce a que una víctima se bloquee? ¿De qué manera se puede concluir que el poder del colectivo diluye la capacidad de decisión del individuo y se deja conducir por la »mentalidad de la masa»? Como Amaya nos explica, el factor más problemático (en las violaciones en grupo) para comprender la conducta de los agresores es la »aprobación colectiva y la presión grupal para la actividad sexual, así como la presencia adicional de una predisposición general al delito».

En un caso de violación, hay casos de bloqueo en la víctima, pero también de casos en los que los perpetradores se envuelven en una mentalidad de grupo y pierden conciencia individual de lo que están haciendo. Un grado elevado de presión o coacción »hacia una persona que presente una vulnerabilidad de base» (como por ejemplo una persona con discapacidad intelectual, o algún tipo de trastorno que afecte a su capacidad volitiva, es decir, para contener adecuadamente sus impulsos en arreglo a las normas sociales aceptadas), podría derivar en una posible atenuación de la pena impuesta por un tribunal. La dificultad, aún así, está en probar a nivel forense dicha vulnerabilidad que afecta a estas capacidades (en términos jurídicos se habla de imputabilidad). »Esto no es fácil que se dé», nos dice, »pero puede darse el caso».

Amaya Nagore Casas

A este tipo de conducta criminal, dice Amaya, »se ajusta mejor el término de desindividuación» más que el de difusión de reponsabilidad», en el que en »un pequeño grupo de personas, en condición de relativo anonimato, se distancian tanto de su víctima, que podrían desembocar en una conducta antisocial». Así lo hace Philip Zimbardo, nos cuenta, en «El efecto Lucifer» sobre el clásico experimento en la Universidad de Stanford sobre carcelarios y reclusos, que hubo de ser detenido. Así podría ocurrir, igualmente, con los espectadores (también participantes pasivos y, por tanto, agresores), en determinados comportamientos como el acoso grupal. »Todo ello sin haber entrado,» nos recalca, »en el desarrollo moral de las personas».

La víctima, en estos casos, sucumbe al poder de sugestión del grupo e interioriza que, para protegerse, debe obedecer; debe seguir la línea de acción que le está marcando el grupo — en este caso, acatar y callar. Indudablemente, perdemos un poquito de contacto con nosotros mismos cuando esto ocurre. Esto también sucede con los que atacan, que, para no perder la confianza del grupo y seguir conservando su sentido de »afiliación», proceden a consumar el delito. En algunas situaciones, nos dice Amaya, es posible que la víctima presente un grado excesivo de confianza en que nada malo le puede ocurrir, »siendo imposible haber previsto las consecuencias negativas de la exposición a una situación de victimización de este tipo, como iniciar la interacción social o a participar en la misma una vez que ésta ha iniciado». Pero es posible, dice, que una vez que la situación de violencia sexual se ha desencadenado, »la víctima ya no pudiera hacer nada por frenarla, ni defenderse, ni escapar». Amaya nos recuerda que Cannon describió una serie de reacciones adaptativas ante una situación de amenaza para la vida: lucha o huida; siendo la lucha, de hecho, »nuestra primera reacción instintiva». Más tarde, los etólogos contribuyeron a completar esta teoría de la emoción básica recordando »la importancia que tienen en el reino animal las respuestas de congelación o paralización».

Supone un retorcimiento de la realidad muy grave (por no decir una banalización del concepto de voluntad también) cuando se dice »ella no dijo sí, pero tampoco dijo no». La intimidación menoscaba en la libertad individual de la persona. El miedo paraliza y hace que la persona desconecte de sí misma. Por eso, interpretar el silencio como un ejercicio de consentimiento pasivo nos retrotrae a la pregunta que nos hacíamos al principio — ¿qué es lo que hace que seamos una civilización avanzada? Obviar conceptos como la intimidación, el miedo, la paralización cuando se abordan estas situaciones, nos pone en contacto con lo más primitivo de nosotros mismos. También lo es, por otro lado, tener que obviar la supuesta asignación de valores que debemos atribuir a las personas en una civilización avanzada: la empatía, la conciencia y la capacidad de reconocer y sentir el entorno y el dolor ajeno.

Responsabilidad en la industria del sexo

Aun con todo, cabe decir que no deja de ser alarmante que pasemos por alto el hecho de que muchas relaciones sexuales que circulan por internet — a pesar de su brutalidad y de su tono vejatorio — son consentidas. Sin ánimo de entrar de fondo en consideraciones políticas, en la ley de la oferta y la demanda, el capitalismo adquiere su expresión quizá más destructiva en la pornografía. Esto es, en cuanto a que mercantiliza con un aspecto esencial de la intimidad de las personas; un aspecto que, aparte de ser fuente de unión y placer en las parejas, acaba siendo una fuente de placer para »el que mira». Algo íntimo, de nosotros, se convierte en algo público para goze y disfrute de desconocidos — personas sin nombre y sin rostro a los que los »actores» nunca llegar a poder ver.

De un tiempo a esta parte — y queriendo dar respuesta a la cosificación de la mujer en la industria del porno — se ha intentado impulsar el porno feminista; si bien destacadas personalidades dentro del feminismo como Laura de la Fuente Crespo — co-fundadora de las Juventudes Feministas de España — considera que la pornografía »está sometida a la misma correlación de fuerzas que el resto de explotaciones ejercidas sobre las mujeres y, consecuentemente, encuentra protección en las instituciones patriarcales capitalizadas, encargadas de velar por la salvaguarda y la preservación del patrimonio cultural de la violación».

En la industria del sexo, siempre se está en una constante búsqueda de esa »vuelta de tuerca» que permita encontrar nuevas formas de mostrar la intimidad en su forma más exhibicionista y atrevida. Parejas de diferentes edades — no profesionales de la industria — ya graban sus propios vídeos, y los cuelgan en la red para que millones de personas en todo el mundo los puedan ver y comentar. También se pueden ver encuentros sexuales de gran dureza, enmarcados en un contexto de falso encuentro fortuito, lo que transmite el peligroso mensaje de que, si se insiste un poco e, incluso, si se recurre a determinados métodos, la chica va a acabar accediendo a actos sexuales de considerable tono vejatorio (aunque esto, en lo que se ve en internet, pueda ser parte del »guión»). La pornografía siempre ha ido acompañada de polémica por el enfoque que se da a la sexualidad explícita y por el papel que se suele dar a la mujer. También porque hay una delgada línea que separa lo que podría considerarse como »didáctico» y lo que acaba siendo un claro ejercicio de exhibicionismo. Esa actitud exhibicionista — de querer mostrarlo todo y a todo el mundo — y el razonamiento de que »es normal que una chica quiera hacerlo con varios chicos a la vez», es lo que explica casos como el de la Manada, que hizo del »no dijo sí, pero tampoco dijo no», la principal arma argumental en su defensa. También se afanaron en obviar el hecho de que ella no dio su consentimiento a que se grabase el encuentro.

Dificultades en el principio de consentimiento

Si cremos que, con el »sólo sí es sí», se puede arreglar todos los problemas, es que tenemos una visión demasiado simplista del problema».

Amaya Nagore Casas

Si hay alguna consecuencia clara que nos han dejado los casos de las violaciones en grupo en el plano judicial es el pretendido impulso, por parte del gobierno, de una reforma del codigo penal en materia de violencia de género, que recoja que »sólo sí es sí», lo cual constituye, por otra parte y por extensión (podríamos argumentar) el anuncio de una progresiva desnaturalización de las relaciones íntimas. ¿Quién pide permiso antes de dar una beso? O, preguntándolo de otra manera, ¿qué subyace en el hecho de que pensemos que debemos pedir permiso para dar un beso? Porque eso es lo que el principio de »sólo sí es sí», parece englobar. Es difícil determinar la forma en que se ha producido ese consentimiento, a no ser que entremos también a meternos en el nivel de confianza de las personas y en sus dinámicas de comunicación (verbal o no). Eso, en sí mismo, puede conducir a situaciones potencialmente conflictivas, puesto que ya queda en entredicho la esencia de ese principio de »sólo sí es sí», ya que no todas las parejas se comunican de la misma forma.

Demostrar ese asentimiento y por tanto, consentimiento explícito, siempre traerá la posibilidad de encontrarse viciado, de nuevo, por motivos posibles como la coacción, el miedo o una posible sumisión química.

amaya nagore casas

 

Dicho todo esto, ¿se puede demostrar, sin ningún género de dudas, que un silencio es indicio de bloqueo? ¿Cómo se puede demostrar el bloqueo? Este es un tema que conviene tratar con sumo cuidado y delicadeza, tanto para la víctima como para los acusados, que — aun habiendo actuado de una forma absolutamente reprobable desde todo punto de vista — son merecedores de un juicio justo; haya estado expuesto, o no, a un foco mediático de mayor o menor intensidad.

Según Amaya, »de ninguna manera» el silencio puede ser interpretado como una señal de consentimiento, porque también el silencio puede responder »a múltiples causas». Estas causas pueden ser »coacción, miedo, o incluso incapacidad para responder por una intoxicación», por ejemplo. La cuestión radica en que se trata de relaciones íntimas, nos dice, »sin la presencia de otros testigos, en las que la perjudicada será al mismo tiempo la única testigo, además de víctima». Por otro lado, ese es el motivo por el cual el papel forense, aun teniendo en cuenta las dificultades, es fundamental para discernir la verdad o lo que presente menos dudas razonables: »conseguir probar, desde un punto de vista jurídico el asunto del consentimiento no está exento de dificultades y retos, aún a pesar del “solo sí es sí”».

Podemos decir que éste es uno de los mayores retos al que se enfrenta la justicia: que los gobiernos aprueben leyes que, en la medida de lo posible, se acoplen a formas plausibles de vida de sus ciudadanos, considerando la evolución de la sociedad, y que no sean los ciudadanos los que se acoplen a reglas poco coherentes con la práctica y con la manera de llevar las relaciones personales hoy en día.

Por otro lado, y como hemos señalado ya, la pornografía es un tren imparable que está al alcance de cualquiera (según un estudio de Europa Press del pasado 19 de junio de 2019, la primera vez que se accede a contenido pornográfico es a los ocho años, debido a la familiaridad con la tecnología movíl). Ha crecido, cabe destacar, los casos de abusos entre menores en los útimos años. ¿Se puede cambiar el concepto? Es complicado, porque ya forma parte de una cultura que invoca mundos paralelos en donde la fantasía, la violencia y los juegos de poder, se entrelazan de manera irresistible, conjugándose, también, con males de nuestro tiempo como la soledad, la frustración y la necesidad de dominar nuestro entorno ante lo impredecible y difícilmente alcanzable.

Nacemos solos y morimos solos, pero tanto el hombre como la mujer sólo se entienden en su contexto social. La libertad invidual es esencial para todos nosotros, para decidir qué pasos damos. La cultura supone avance, y el ritmo lo marcamos nosotros; ya que nosotros somos quienes la dotamos de dinamismo y de sentido. Cómo nosotros interioricemos esos avances, hará posible que nos acerquemos a ese concepto de humanidad — entendida como la »fragilidad o flaqueza del ser humano» — y ello, nos hará más avanzados como sociedad.

Depende de nosotros.

Agradecimientos:

A la psicóloga forense Amaya Nagore Casas, por su generosa y valiosa aportación, sin cuya ayuda, me hubiera sido muy difícil abordar este artículo.

A la especialista en Artes, Literatura Comparada e Historia Andrea Imaginario, por su contribución.

A la letrada Ariadna Villamil Pérez, por su ayuda en proporcionar fuentes para la elaboración de este artículo.

Fotos:

Chica llorando – cortesía de Kat J

Mallete – cortesía de Wesley Tingey

El silencio de una mujer – cortesía de Gabriel Benois

Chica magullada con sonrisa sobre papel – cortesía de Sydney Sims

 Mujer con venda en los ojos – cortesía de I.am_nah

 El puño que amedrenta – cortesía de Volkan Olmez

 Chica con agua/lágrimas en la cara – cortesía de Catherine Heath

 Dos mujeres comparten amanecer juntas – cortesía de Briana Tozour

 

 

 

 

 

 

 

 

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